Cuando es otoño en Galicia sólo hay dos cosas que hacer: pasear y ver llover. Las dos divertidísimas, por supuesto. Mi amigo Antonio y yo, ambos grandes amantes de la naturaleza, de la historia y del patrimonio y saber popular, hicimos la ruta de senderismo de los molinos en Narón/Neda. Empezamos en el molino de las mareas, seguimos por el molino que está delante del magnolio tricentenario y acabamos en el que está dentro de la fraga. Dos de ellos están siendo restaurados, y como Antonio, que además de ser un promotor inmobiliario de éxito, es un experto en construcción, le dió una patada a la puerta y entramos a ver las obras. Sacamos unas fotos buenísimas y aprendimos muchísimo de arquitectura tradicional. Una visita muy productiva, vamos.
Caminando por la ruta y ya entrados en el bosque profundo, casi todo teñido de color ocre y amarillo, te das cuenta de dos cosas. Uno, que Galicia es uno de los países más bellos del mundo, y dos, de lo fea que es España en comparación.
Camina que te camina, pudimos ver una diversidad enorme de setas. Una de ellas tenía forma de estrella de mar y era de color rojo chillón. Pensamos que habíamos descubierno un hongo nuevo, pero al final, gugleando en casa la seta acabó llamándose Clathrus Archeri, siendo originaria de Australia y traída a Europa a través de las esporas que se pegaban a las patas de los caballos que vinieron desde allí en la primera guerra mundial. Como los eucaliptos, vaya. Si Fraga aún fuese presidente de la Xunta, esparciría esporas de Clathrus Archeri desde una avioneta para que acabase con los cogumelos autóctonos y se convirtiese en la única especia fúngica galaica. Pero ahora Fraga ya no está. Está Feijoó, que además de ser más feo, es más ignorante, y por lo tanto, más peligroso.
Cuando ya parecía que la ruta no iba a dar más de si, al llegar al último molino apareció un señor muy pizpireto que resultó ser el molinero. Mientras daba de comer a sus ovejitas y burritas - literalmente como él las llamaba - nos hacía preguntas curiosas entrelazadas con sonrisitas. El molinero, físicamente muy atractivo, era una mezcla entre el Señor Flanders de los Simpsoms y Aznar. Debía tener sobre unos cincuenta años, pero se conservaba muy bien - el que tuvo, retuvo. Muy afablemente nos invitó a entrar en la finca para ver a los salmones saltar sobre la cascada del río y subir a contracorriente para ir a desovar quilómetros más arriba. Como los reportajes de National Geografic pero en vivo y en directo.
Pero el momento más guay se produjo cuando saltando la verja, Antonio aprovechó que el molinero estaba de espaldas para decirme en voz bajita que el simpático señor parecía marica. El molinero, que debe estar dotado de un oído supersónico, se giró y con una sonrisa en la boca dijo: "ah, ¿que sois maricas? Podéis decirlo, no pasa nada". Enseguida me di cuenta de que el molinero estaba intentando hacer amigos gais para ver Sexo en Nueva York y leer el Vogue juntos. Realmente fue un final de ruta entrañable. Hay que volver.
Hace una semana me llamó mi amiga Mari-Sofi. Con un tono muy alegre me preguntó a ver si iba con ella a Vigo de fiesta. Me dijo que no me preocupara, que dormíamos en casa de su amigo Chachachá y que volvíamos el día siguiente. Muy contento y excitado por la invitación le pregunté a qué hora iríamos, a lo que ella me contesto: en diez minutos. Moraleja de esta historia: cuando alguien te invita a ir a Vigo y te dice que te recoge en diez minutos significa que no quiere que vayas. Realmente hizo muy bien, yo hubiera hecho lo mismo. Mari-Sofi tiene otros frentes abiertos más importantes como para estar pensando donde o con quién estará su amigo invertido.
Sobre la visita de Ratzinger a la ciudad de la mierda, es decir Compostela - del latín compostum, estercolero - no hay mucho destacable. Enternecedora la imagen de los adolescentes maricas del Opus Dei durmiendo en la calle, las maricas peperas vestidas de traje haciendo ademanes de macho y los cientos de seminaristas soltando pluma mientras veían pasar a la jefa venida de Roma. Todo muy adorable. Inolvidable la cara de cabreo de Letizia Ortiz al lado de Papuchi, al darse cuenta de que todos miraban al Santo Pai y no a ella. Seguro que al llegar al hotel le dió unas hostias al Príncipe para desahogarse. Lo más guay es que Leti llevaba una chaqueta de cartón-tela entallada con la que más que parecer una princesa, parecía Robocop. Un estilismo muy Rocasolano.
Lo más importante es que lo que dijo o hizo Ratzinger no le importó a absolutamente a nadie. En definitiva, de esta visita sólo nos acordaremos de dos cosas. Una, que el Príncipe habla mejor gallego que Feijoó, y dos, que el Papa, lejos de tener una imagen angelical como Juan Pablo II, tiene una cara del malvado que hace que hasta las hijas de Zapatero se conviertan al catolicismo. Ratzinger se está convirtiendo en el primer icono pop del siglo XXI y yo estoy encantado. Un icono es una imagen que aún perdurando en el tiempo, influye tan solo de una manera superficial. La frivolidad como aliada de la secularización. Ni yo mismo lo hubiera planeado mejor.
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